sábado, 17 de mayo de 2008

LA TRAGEDIA NOVELADA ( X )


En el mercado de abastos, establecido al aire libre en plena plaza de la Constitución y en toda la aupada calle del Perejil, la señá Concha “la guapa”, como aun la seguían llamando, era invitada por algunos verduleros zalameños a llevar “lo que haga falta, mujer, que ya lo pagarás, si Dios quiere”…

Ante estas ofertas y acuciada por la necesidad de llevar a casa aunque solo fuese lo indispensable, fue tomado durante unos días, así “al fiado”, un poco de lo que le ofrecía cada vendedor, pero, cuando quince días después, llegó a la plaza dispuesta a limpiar trampas, el asombro le produjo un lloro de emoción al conocer que, durante aquellos días de apuro, casi dos pasos del hambre, la señá Paulina, la madre de Roque, por deseo expreso de este y de modo bien disimulado por ella misma, había cubierto ya aquellos créditos que la señá Concha calificara de providenciales. Aunque, en realidad, la providencia habían sido “el Choqueto” y su madre.

Si entre las ya de sí, agotadas gentes mineras había ocasionado dura crisis el tremendo temporalazo con el para obligado de casi dos semanas, podría calificarse de dramática la situación a que fueron arrastrados los braceros campesinos. Tierras ahítas de agua hasta más allá del hartazgo, autenticas lagunas en muchos parajes de la llanura; productos de huertas arrastrados por corrientes enloquecidas; árboles limpiamente talados por el huracán…

Y ahora más, más días de paro mientras el sol va oreando la tierra “hasta que siquiera se pueda entrar sin hundirse uno y las bestias”, decían ellos, decían…
Por la noche en el casino podía verse una desacostumbrada concurrencia de braceros, como nunca se viera. Sobre el humo recio del recio tabaco de Virginia o de Sussini, flotaba una más densa capa de apuro, de ansiedad por algo…; por ese siempre desconocido e insospechado algo que, de una u otra manera, como sea, pone siempre a modo de un colofón a nuestras inquietudes, a nuestras prisas…

Las mesas colocadas en los lugares preferentes del casino, se hallaban ocupadas, como siempre, por los parroquianos también de siempre, los ricos hacendados, los que mayor número de brazos empleaban en las variadas y duras labores del campo. Alrededor de aquellas mesas, más próximas a la pared, están las ocupadas por los obreros, ahora cruzados de brazos, negra faja casi hasta medio pecho y bufanda en redor del cuello tostado por años de un sol implacable.

Aquellos hombres rudos, brutos, analfabetos en casi su totalidad, pero dueños de un instintivo, de un divino concepto de su derecho a ser, en estos momentos agudos de su pasar se valoran a sí mismos, que es tanto como si descubrieran su dignidad; y entonces empiezan también a comprender que esa su dignidad merece, al menos… respeto.

Pero es que entre aquellos obreros cruzados de brazos, el contingente mayor es el de los que trabajan en la mina, y así, por rebote, la labor de atracción de los patrones campesinos se extiende con un éxito no sospechado por los propios propulsores. Y va siendo incontenible la expansión de esta caliente atmósfera de inquietud, preludio de protestas en los tajos mineros del interior como en fábricas y talleres…

Se decía… se decía en el trabajo, se decía en tabernas y panillas, se decía entre las mujeres en el mercado, en el lavadero publico… era el secreto a voces, el chisme del día…

Y se decía que no ha faltado quien, con todos los respetos, se ha dirigido al Ministro…

Que ya se ha celebrado, en un pueblo vecino, una junta para pensar hacer algo sobre los humos. Que hasta una comisión de tres señores de peso han visitado ya al Gobernador Civil…

Que el gobernador ha convocado una reunión de representantes de la empresa minera, declarando que los humos de la calcinación al aire libre no son dañosos a la salud a la ni a la agricultura, y que en tal sentido han depuesto también algunos señores empleados de la citada empresa…

Que la resolución a la propuesta de indemnización a los que se creen damnificados es del tipo ese de “no ha lugar”…

Que algún acaudalado terrateniente y poderoso muñidor electorero, ha elevado escrito confidencial al diputado a cortes por el distrito sobre el pleito a punto de hervor…

Se decía y se propalaba ya por los tajos mineros, en talleres y fábricas y aun entre los trabajadores del campo, aburridos ya del cruce de brazos, que los patrones le están dando larga… Se palpaba ya la gana incontenible de hacer algo pero… ¿Qué era algo en este caso?

En la historia del mundo este algo ha asido muchas veces lo inevitable, lo fatal: el desbordamiento de la masa que, en su primer minuto no sabe a dónde va, ni siquiera, concretamente por qué va; pero va. Y esta masa, la de mineros y campesinos… fue.

El día 3 de Febrero, desde las primeras horas de la jornada, comenzó a circular con prisas de furia el alarmante rumor de un plante, de una parada total en los departamentos mineros y que daría comienzo al día siguiente. ¿Razones, argumentos?... ¡Bah!, los tan esgrimidos ya desde hacía meses y meses: los humos de la mina; las mantas de la calcinación que tanto daño causaban a la agricultura y a la ganadería y que, como consecuencia, tantos jornales reducía en la vida ya precaria de los braceros del campo y que tantas medias peonadas perdidas ocasionaba a los mineros del exterior. Y hasta un poco también de aquello de las varas de los capataces y encargados sobre las nalgas o las espaldas de los zagales, “que todo iba siendo ya hora de hablar…

Aquello era algo más que un pueril “rebaque”. Era algo desconocido, impreciso; ellos mismos ignoraban el alcance, el volumen y, sobre todo, las consecuencias. En la autentica entraña de aquella actitud, tal vez horra de conciencia, solo alentaba el contenido de una ansiosa reivindicación, acaso puramente instintiva; pero alentaba…

Y si prisas de furia eran las que alentaban el proyectado plante total, con más prisas, si esto fuera posible, llegó la alarmante noticia al despacho del Exmo. Sr. Gobernador Civil de la provincia.

La empresa minera, por imperativos del servicio del ferro-carril de su propiedad desde las minas al embarcadero y para la exportación de sus productos, disponía de una línea telefónica que, en todo momento, se hallaba también a disposición de las autoridades, ya que este era el único medio rápido de comunicación entre este pueblo y la capital.

Reunidos el alcalde y el teniente de la Guardia Civil, jefe de la línea, en el despacho del primero y reas rápido acuerdo, entablaron urgente comunicación con el Sr. Gobernador, a quien informaron con todo detalle de la alarmante actitud de este pueblo y de todos los de alrededor, sin distinción de categorías sociales, ya que el elemento que llamaríamos alentador del insospechado movimiento era principalmente el agrícola y ganadero.

La empresa minera, adoptando una actitud de lógica precaución, también recabó del Sr. Gobernador Civil las necesarias medidas de seguridad para sus instalaciones industriales, a la vez que el Sr. Cónsul inglés recabada de la citada máxima autoridad la obligada garantía para las vidas de los súbditos ingleses en la zona minera, ya que precisamente los directores y jefes eran de dicha nacionalidad.

En realidad, el problema que al Gobernador Civil se le alzaba con durísimos gesto ante sus desorbitados ojos, era de la categoría de grave, y, además de grave, urgente. Cuestión de horas o, peor aún, de minutos. Eran ya las 12 del día 3 y… “!todo el mundo pidiendo, acuciando, exigiendo! Como si él pudiese dividirse en fragmentos”…

Se hizo servir un vaso de café, “bien cargado, pero sin leche y aun sin azúcar”, a ver si conseguía excitarse, alzarse sobre aquel flojear de ánimo, que le aplastaba…

Minutos después, alentado tal vez por el café y por el Secretario, hombre de un humor de oro y de una pasta y una experiencia a prueba de problemas de todo tipo y color, se puso al habla con el Teniente Coronel de la Guardia Civil, amigo suyo, quien ya tenía ciertos informes del caso y también ya, anticipándose a la superior resolución gubernativa y solo por ganar tiempo, como la exigente realidad impone en estos casos, había pensado aconsejarle exponer al Exmo. Sr. Capitán General, en Sevilla, la necesidad ineludible del envío de alguna fuerza de aquella guarnición, única posibilidad de garantía para las vidas y propiedades ante los posibles, los probables desafueros de la masa en sus inconscientes actos, cien veces repetidos en tantas otras ocasiones similares; y como él no disponía de fuerzas suficientes para garantizar el orden en una tan extensa comarca…

El Gobernador, ante aquella perorata conceptuosa, de tal dimensión y calidad, y poseído de un agudo ataque de prisa, dijo “adiós” y así en seco, cortó y reclamó la urgente comunicación con Sevilla y, dos minutos después, exponían al Sr. Capitán General de la Región, en forma escueta y acuciante, la gravedad del caso y la necesidad inexcusable del envío de alguna tropa; tal vez una compañía fuera suficiente, ya que los servicios volantes, diseminados, estarían a cargo de la Guardia Civil.

El Capitán General, hecho cargo rápidamente de la gravedad del caso, de una manera concisa y militar, aseguró al alarmado Gobernador el envió de una compañía de infantería, al día siguiente y por el ferro-carril de M.Z.A. hasta la estación de Niebla, donde ya ellos…

La conferencia terminó segundos después, en cuyo escueto espacio sonaron, con tono recio, palabras de alarma como “atentados, dinamita, prudencia, pero dureza…”

Son las 8 de la mañana del día 4 y ya se encuentra en la estación de Niebla un tren encabezado por una locomotora y compuesto de cuatro coches de 3ª, uno de 1ª llamado el coche salón, más el reglamento furgón de cola.

En aquel coche-salón habían llegado de Huelva, minutos antes, el Gobernador Civil, el Presidente de la Diputación Provincial, el Teniente Coronel de la Guardia Civil, el Secretario del Gobernador y dos señores más.

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