martes, 29 de septiembre de 2020

La esquila es una campana.

(Texto de Israel AgHe; Foto: Paco Cassà Marin)

Un tañido profundo y cadencioso que rompe la noche para conducir las almas, barcos en la niebla, a través de la madrugada. Una voz de plata, seca y rotunda, melodía que surge de los ecos remotos de la tierra, parida quien sabe si por el pico quebrando piritas, o por la hemorragia mineral del barreno, o por ese tintineo antiguo que vaga por las galerías de amargos sudores y lágrimas.

 No es más que eso, solo una campana. Un compás reverente y sobrecogedor que se cuela por entre las ventanas y les cambia a los niños los sueños por tradiciones, y con su misterio hace catedrales de sus sencillas habitaciones. Pero es también el latido de un reloj que va descontando las horas hasta la alborada, mecanismo bendito que transita las calles anunciando la aurora, y al clarear enciende los faroles, pastorea los pasos, y se enreda, juguetona, entre las cuentas de los rosarios. 

Ya ves, poco más que una campana. Una melodía sencilla y honesta que coquetea con el rumor del viento entre los pinos y cabalga airosa sobre el silencio, armonía de fervorosos trasnoches que doma los acordes, y le saca la pezrubia a las cuerdas, y adormece esos dedos a los que les duelen ya las guitarras, y hasta le perdona el aguardiente a las gargantas. La esquila se erige entonces en batuta celestial que armoniza el cantar de todo un pueblo. Con su lento compás lo transforma en letanía, palabras de gloria que se elevan para posarse a los pies de nuestra Santa Madre.

 Por eso puede que solo veas una campana. Porque su misterio se oculta, esquivo, a quienes no mamaron al compás de su nana. Porque esa campana se siente, más que se oye. Porque suena, y suena, y siempre suena, ajena a lo mundano, inmune a la indiferencia, triunfadora del olvido, sencilla, limpia y honesta. 

¡Porque no callará mientras haya un brazo que aguante, una garganta que la siga y un corazón que la sienta! Porque la esquila es como las olas, y en su incesante vaivén esa bendita campana nos deja recuerdos de aroma profundo para llevarse después, con su resaca, nuestras angustias, pesares, miedos y lágrimas.



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