De vez en cuando nos topamos con historias que nos asombran
y bien podrían ser mas una historia de cine que una vida real.
Hoy, con vuestro permiso, quiero contaros una de esas
historias de esfuerzo y superación.
Curro era un chaval, tenía toda la vida por delante, en su
mente adolescente ya iban teniendo cabida algún que otro plan de futuro, pero
todo se torció el día que, jugando con otros amigos, recibió una intensa
descarga eléctrica que le entro por las manos y le salió por un pie…
El desgarrador resultado de aquello fue unas horribles
quemaduras en los brazos y unos daños tan terribles que hubo que amputarle
ambas extremidades… Comenzaba así una vida diferente, distinta.
Quiso el azar, la providencia, o, porque no decirlo, Dios;
que en su camino se cruzara una joven, llamada Mari. Mari iba al hospital a
acompañar a su hermana ( eso es otra historia que algún día contaré) y fue allí
donde conoció a Curro.
Con el paso del tiempo volvieron a encontrarse y para sorpresa
de muchos, propios y extraños, surgió el amor entre los dos.
Curro era muy consciente de su discapacidad, y Mari sabía la
vida que le esperaba junto a aquel hombre del que estaba locamente enamorada.
No les importó, y decidieron unirse en la aventura, con la
única arma del amor del uno por el otro,
seguros de poder vencer las mil y una dificultades que se iban a
encontrar en el difícil camino que se les abría en el horizonte.
Curro logro montar un “kiosko” donde vendía algo de prensa y chucherías. La
zona era buena, ya que era un tranquilo barrio muy cerca del viejo estadio
Colombino. Tenía la ayuda de Mari y de algún que otro familiar.
Con el paso del tiempo llegaron los hijos, Paco, el mayor, y
Pili, la pequeña. Y también llegaría un nuevo trabajo. Curro logro hacerse con
un puesto de vendedor de cupones, cuando en Huelva capital había pocos
cuponeros.
Curro se defendía bien, supo ganarse a una fiel clientela
que incluso acudía a su casa a la hora de almorzar para comprar el cupón del
día siguiente. “El que más cupones vendía en “toa” Huelva”, decía Curro en más
de una ocasión.
Mari le ayudaba en todo lo que podía, le aseaba, le cuidaba,
atendía a los niños, la casa, el trabajo de Curro… ¿Dificultades? Todas, pero
se tenían el uno al otro y era suficiente para encarar todas las dificultades y
trabas.
Con el paso de los años, Curro cumplió uno de sus sueños,
tener un pisito en Punta Umbria, su lugar mágico, el sitio donde viviría cuando
le llego la jubilación.
No es complicado ni descabellado pensar que fue allí donde
Curro era más feliz, bastaba con verle el brillo de sus ojos cuando paseaba por
la playa, alternaba con los amigos o daba su diaria visita a la lonja, de la
que siempre sacaba más de un “pescao” de regalo que algún marinero amigo le daba.
No hace mucho, Curro tuvo un empeoramiento y complicaciones
serias debido a otra enfermedad que arrastraba, y hubo que amputarle un pie… No
logro imaginar lo que nuestro protagonista pudo pensar, de repente se vio
inmerso en una pesadilla.
Curro, junto a Mari, siguieron luchando, con más ganas, con
más fuerza, pero no pudo ser, y tras unos meses de esfuerzo y lucha, Curro
falleció el mediodía del 11 de Octubre.
Este hombre, al cual admiro por todo lo que ha luchado y
vencido es mi tío, El TITO Curro; la persona que más he visto levantarse y
continuar.
Cierro los ojos y oigo su atronadora voz ceceante: “Zobrino,
zacame un cigarro y dame candela, zo babozo”…
Así era mi tio Curro, un autentico personaje, un luchador, un
inconformista con la situación que le había tocado vivir. Eso sí, tenía un
defecto, que era “culé”; y cuando yo le decía eso, tenía que andarme yo rápido,
porque sus patadas eran de las de llevarte tres días cojeando…
Si, así era mi tío Curro, un hombre que supo enfrentarse a
todo, junto a su esposa, mi tía Mari, de quien es imposible no estar orgulloso
y admirarla también.
Mañana, al despedirte, cerrare los ojos, y dejare que la brisa de ese mar que
tanto querías me llene por completo, y estoy seguro que ese gesto lo repetiré cada
vez que pise la arena que tanto te gustaba, y la brisa salada me traerá tu
recuerdo, y con el vaivén de las olas me parecerá oírte…”Zobrino, ¿tú como
estás?”… Tito, estoy triste, pero muy orgulloso de que seas mi tio, mi TITO
CURRO…
Adios Tito, hasta siempre Curro.
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