domingo, 8 de abril de 2012

100 AÑOS DEL HUNDIMIENTO DEL TITANIC (7ª PARTE). PERSONAJES E HISTORIAS DEL TITANIC

Bueno, amig@s de El Atico; direis que parezco un obsesionado con el tema "TITANIC"; pero al verdad es que a medida que vas leyendo vas descubriendo más cosas... En esta séptima entrega daremos comienzo a una serie de post donde iremos conociendo a personajes e historias que estan ligadas para siempre a la historia y a la leyenda del TITANIC.
He estado tentado de comenzar por miembros de la tripulación; o por la orquesta; pero comenzare con la historia de algunos españoles que iban en el Titanic...¿os parece bien?

Víctor Peñasco, de 24 años, de profesión «gentleman», tal y como figura en su certificado de defunción, y su esposa, María Josefa Pérez de Soto, de 22, embarcaron por casualidad en el «Titanic» como colofón a un viaje de luna de miel que duraba ya 17 meses, siempre acompañados de su sirvienta, Fermina. Mientras, otro criado se quedaba en París para fingir la coartada de que seguían en la Ciudad de la Luz y no se habían embarcado como les habían prohibido sus padres; ella se salvó y él perdió la vida por ceder su sitio en los botes a otra mujer con un niño en brazos. Por si esto fuera poco, hay incluso una negra trama en la que, por motivos de herencias, la familia se ve obligada a comprar un cadáver para hacerlo pasar por el hombre fallecido en el naufragio y cuyos restos nunca se recuperaron.
Víctor Peñasco y Castellana, rico heredero de una de las grandes fortunas españolas, nieto de José Canalejas, primer ministro de Alfonso XIII, se casó con otra rica heredera, Josefa Pérez de Soto. «Tras la boda celebrada en Madrid salieron de luna de miel por toda Europa acompañados de su criado, Eulogio, y su doncella, Fermina Oliva, en un viaje que iba durar 17meses. Antes de salir de viaje, la madre de Víctor le hizo una advertencia tras tener una premonición: "Ir en todo lo que queráis, menos en barco... "».

La ruta les llevó por todos los grandes centros de moda de la época: Biarritz, Viena (donde tenían un palco en la Opera), jugaron en el casino de Montecarlo, visitaron Londres, viajaron en el «Orient Express» y, por supuesto, todo acababa en el Maxim's de París "Allí se encuentran con toda la propaganda del "Titanic': Que si el barco más grande del mundo> que si una preciosidad... Les entra el gusanillo del viaje en barco, pero, como aún faltaban unos días para que zarpara, deciden embarcarse en otro lujoso buque que partía inmediatamente Mandan a su criado a por los pasajes, pero ya estaba completo. Y en el Titanic aún quedaban plazas... ¿Porqué no?».

En aquel año y medio de viaje de novios se habían gastado, al equivalente actual 111 millones de pesetas, así que no les impresionó demasiado que el billete de su camarote de lujo costara 108 libras de entonces (equivalentes hoy a 1.122.145 pesetas), para un viaje de una semana. «. Su madre les había dicho que no subieran a un barco, así que tramaron una coartada. Compraron un montón de postales de París y les pusieron las fechas de los siguientes días. Dejarían a su criado, Eulogio, en París con el único encargo de que, cada día, enviara a Madrid una de las postales donde decían que hoy habían ido a la Opera, otro a Versalles... Y aquí no ha pasado nada».

Así lo hicieron y la feliz pareja, acompañada de la sirvienta, se dirigió al puerto francés de Cherburgo, segunda escala del "Titanic" en su viaje desde Southampton (Inglaterra) a Nueva York. Josefa, a pesar de estar acostumbrada al lujo explicaría años después lo maravilloso que era aquel buque. «Era todo increíblemente precioso y la gente, bueno, lo mejor de lo mejor de todo el mundo ... ».

«Ella estaba ya en la cama y él todavía se desvestía»

Y llegó el fatídico 12 de abril de 1912. El «Titanic», el mejor y más seguro barco de la historia, orgullo de Inglaterra, debía romper el récord de travesía del Atlántico para obtener la ansiada «blue ribbon»(cinta azul) y así acreditarse también como el barco más rápido. Normalmente se necesitaban siete días para atravesar el océano y su capitán quiso hacerlo en cinco. Para ello se fue muy al norte, para hacer el camino más corto, y con las máquinas a toda potencia, desoyendo los mensajes de otros barcos que avisaban de la presencia de «icebergs» en la ruta. El capitán creía que era una estratagema de las otras compañías para obligarle a ir más despacio. Ya con el récord en la mano, la víspera de la llegada, el capitán, como era costumbre, organizó la cena de gala de despedida a los pasajeros de primera.
«Aquello era una muestra del mayor lujo que podía verse. Los hombres, de rigurosa etiqueta, las mujeres con sus mejores galas y todas las joyas que sus cuerpos fueran capaces de cargar explicaba Josefa a sus familiares. Una gran cena amenizada con una gran orquesta. Como buenos españoles, fuimos los últimos en abandonar el salón, ya que nos quedamos charlando con un matrimonio argentino, los únicos con los que hablamos congeniado en el viaje». Eran las 11 de la noche cuando se dirigieron hacia su camarote. Pocos minutos después, uno de los vigías divisaba una montaña de hielo apenas a 600 metros de la proa del buque. No le dio tiempo a virar...

«Mi tía estaba ya en la cama y mi tío todavía estaba desvistiéndose - explica Elena Ugarte siguiendo el relato de Josefa - Oyeron un ruido enorme que no le gustó nada a mi tío. Salió del camarote y se dirigió a cubierta, donde se encontró con un marinero al que le preguntó qué pasaba y dónde estaban los chalecos salvavidas. El marinero simplemente se echó a reír. Volvió al camarote, recogió a Josefa, que sólo tuvo tiempo de ponerse un chal por encima del camisón y a la doncella, que se encontraba en el camarote de enfrente».

Todos se dirigieron a cubierta. El mar estaba tranquilo, como un espejo, pero las máquinas habían parado.«A los diez minutos aquello era una casa de locos, toda la gente gritando y corriendo, prisas y peleas, no había botes para todos... Alguien dio la orden de que primero subieran a los botes las mujeres y los niños, los de primera y, luego los de segunda y tercera clase. Recordaba un oficial sacando una pistola y disparando al aire para intentar poner orden en aquel caos». A Josefa, y su doncella las metieron en el bote número 8. «Víctor se dispuso a subir, pero vio a una mujer con un niño en brazos y le dejó paso para que entrara en el bote. Josefa ya no volvió a ver a su esposo, se perdió en el barullo».

«Víctor dejó pasar a una mujer con un niño en brazos»

Josefa era incapaz de recordar lo que pasó después pero, curiosamente, en aquel mismo bote le tocó subir a la famosa condesa de Rhodes, personaje que, por cierto, también sale en la película de James Cameron, y hizo un relato de aquellos momentos en una revista publicada en el «New York Herald» el 20 de abril de 1912 en al que habla, precisamente, de Josefa: «... Entonces la señora Peñasco empieza a chillar el nombre de su marido. Fué terrible. Le pasé el timón a mi prima y me puse acurrucada junto a la señora Peñasco, tratando en lo posible de consolarla. Pobre mujer. Sus sollozos ablandaron nuestros corazones y sus palabras eran imposibles de entender debido a su tristeza (...) Cuando el terrible final llegó, utilicé lo mejor de mi misma para intentar distraer a la señora española y que no oyese los agonizantes sonidos de los que se ahogaban en el mar».

A Josefa, no se le borró nunca la imagen de «Aquel coloso, totalmente iluminado y que poco a poco se iba hundiendo junto a ella. Oyó a la orquesta que había subido a cubierta tocando música para intentar calmar a los pasajeros y las órdenes de que se retiraran del barco para evitar que se les tragara el remolino que produciría al hundirse. Vio gente saltar al agua y gritar de dolor». La temperatura del agua, de 4 grados, los mataba en 15 minutos interminables. Ella y su doncella no fueron capaces de mirar cuando el imponente navío se fue hacia el fondo del mar, cuatro mil metros por debajo de ellas.

«De pronto, se oyó un ruido enorme. Como si una montaña se viniera abajo. Cuando me decidí a volver la cabeza, el barco había desaparecido como si se le hubiera tragado una garganta misteriosa». Habían pasado dos horas desde el brutal choque.

«La compra de un Cadáver»

La única esperanza de doña Josefa y de su doncella era que don Víctor hubiera subido en otro bote. Cuando amaneció, fueron recogidos por el vapor «Carpathia», el buque que oyó las llamadas de socorro del «Titanic» y que acudió a toda maquina a auxiliarles. Cuando llegó solo pudo recoger a los que habían logrado subir a los botes, los únicos supervivientes, 705 personas de un total de 2.228. Ninguno era Víctor Peñasco.

Al llegar a Nueva York, Josefa y su doncella se dirigieron al hotel «Plaza», donde habían reservado habitaciones desde París. Aún no había pasado todo. Tenía que llegar otro barco con los muertos del «Titanic». «La doncella fue a identificar los cadáveres. Tuvo que mirar uno por uno, pero don Víctor no estaba». Nunca apareció.

Superada la primera impresión de la tragedia, surge un nuevo problema que se encargaría de resolver la propia madre de Víctor. Si no aparecía el cadáver, según las leyes de época, no se podía declarar la muerte hasta 20 años después de la desaparición. Eso era un problema para una chica que se había quedado viuda con 23 años y que tenía todo el derecho a rehacer su vida. No podría casarse hasta que tuviera 43. Y, además, no sería heredera de los bienes de su marido hasta pasada la fecha. Así que decidieron comprar un cadáver...

«Uno o dos meses después, apareció un cadáver flotando en la zona de la tragedia. Pertenecía al «Titanic». La madre de Víctor pagó mucho dinero por él y la doncella fué la encargada de "reconocerlo". El condado de Halifax pudo así expedir un certificado de defunción a nombre de Víctor Peñasco y Castellana. Curiosamente. aún hoy día no se ha podido encontrar la tumba donde está enterrado este supuesto Víctor, ya que el cementerio de Halifax que se nombra en el certificado de defunción no existe, y en el de Fairview, donde está enterradas las víctimas del "Titanic", no hay ninguna tumba con el nombre de Víctor Peñasco».

Josefa pudo rehacer su vida y se casó de segundas nupcias en 1918 con Juan Barriobero y Armas Ortuño y Fernández de Arteaga, barón del Río Tovía, con el que tuvo tres hijos. Falleció en 1972 a los 83 años de edad. Fermina Oliva, la doncella que también sobrevivió al «Titanic», murió en 1968 en su casa de Uclés (Cuenca), cuando contaba 98 años de edad. Ella nunca se casó.

Encarnación Reynaldo (sobrevivió)
Tenia 28 años, embarcó en Southampton y viajaba en segunda clase.
Esta marbellí que sobrevivió gracias a que tenía conocimientos de inglés, es de la que menos información se tiene pero decidió viajar a Nueva York para visitar a su hermana y no se sabe si desearía o no quedarse allí.

Servando Oviés (murió)

Un importante hombre de negocios asturiano dedicado al mundo textil que estaba instalado en Cuba y murió dejando a su mujer en tierra.

Oficialmente, su cuerpo reposa en el cementerio canadiense de «Mount Olivet», tras ser ser exhumado de una fosa común e identificado por un primo. Pero existen muchas dudas sobre si realmente se trata de él.

Juan Monrós (murió)
Nacido en Barcelona, vivía en París y con solo 20 años fue contratado como ayudante de camarero para el restaurante a la carta del Titanic. Fue el único miembro español de la tripulación del transatlántico.
Tanto Monrós como sus cerca de 70 compañeros empleados en ese lujoso restaurante se alojaban en tercera clase, que se convirtió en una trampa mortal de la que no pudieron escapar.

Florentina Durán i Moré (sobrevivió)
Tenia 30 años, era de Lérida y su familia tenia una tienda de comestibles. En la relación figura con domicilio en Barcelona. Embarcó en Cherburgo junto a su hermana, su marido, Julià Padró, y un amigo, Emili, viajando en segunda clase, destino final La Habana, Cuba. Se salvó junto a su hermana, Asunción, el en bote número 12.
Murió el 1 de Octubre de 1959 en La Habana, Cuba.

Asunción Durán i Moré (sobrevivió)
Tenia 27 años, era de Lérida y embarcó en Cherburgo junto a su hermana, Florentina, su cuñado, Julià, y un amigo de estos, Emili. Viajaba en segunda clase y su destino era La Habana Cuba.

Julià Padró i Manet (sobrevivió)
Tenia 26 años y provenía de Olérdola (Barcelona). Embarcó en Cherburgo, con destino La Habana. Pasajero de segunda clase.

Padró tenía un restauarante en Barcelona y lo vendió para irse a Cuba junto con su esposa. Además de un amigo de esta familia, Emili Pallàs i Castelló, junto con este matrimonio viajaba también la hermana de Florentina, Asunción, también de 26 años. Todos ellos eran catalanes que viajaban con la idea de “hacer las Ameritas”, como se decía en aquella época cuando se buscaba fortuna.

Siguiendo la pista, se sabe que con el paso del tiempo Julià Padró llegó a ser propietario de una gran compañía de autobuses en Cuba

Emili Pallàs i Castelló (sobrevivió)

Era de Lérida. Embarcó en Cherburgo como pasajero de segunda clase y su destino era La Habana, Cuba. Iba acompañado de las hermanas Asunción y Florentina Durán i Moré y de Julià Padró.
Tras el desastre, Emili Pallàs regreso a Lérida, se casó y fue propietario de una panadería. Según el hijo de Pallàs que aún vive en aquella ciudad, su padre cojeó toda la vida, pues al saltar fuera de la borda del Titanic se rompió una pierna.
Murió el 14 de Abril de 1940 a causa de muerte natural.

Fermina Oliva y Ocana (sobrevivió)

Tenia 39 años cuando embarcó de casualidad en el Titanic, y se salvó de milagro. Así de caprichoso fue el destino de Fermina Oliva Ocaña, una de los siete supervivientes españoles de aquella catástrofe.

La odisea que vivió Fermina junto a sus adinerados señores es una de las más conmovedoras que aparecen en el libro. Fermina era una humilde costurera madrileña que fue contratada como sirvienta por una pareja de recién casados en una interminable luna de miel que duró año y medio. El remate iba a ser el viaje a Nueva York a bordo del lujoso Titanic. Pero Fermina no quería subir al barco.

Pero Fermina terminó montando en el Titanic. Y cuando el barco chocó con un iceberg, a punto estuvo de no entrar en uno de los botes, pero finalmente logró que salvarse gracias a sus gritos de desesperación. Al menos vivió para contarlo. Otros tres españoles no tuvieron tanta suerte.

Después de esa experiencia, Fermina Oliva no quiso volver a hablar de este triste hecho, y volvió a su vida de costurera en Madrid, en su casa de la calle Regueros de Madrid, que más tarde la convertiría en una pensión. Siempre fue soltera y no tuvo hijos. Falleció el 28 de marzo de 1969, a la edad de 96 años, y fue enterrada en el Cementerio de La Almudena.

FUENTES:
fortunecity.com
dawsr.wordpress.com
Wikipedia
20minutos
Etc...

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