lunes, 19 de septiembre de 2011

AQUELLA NOCHE SERENA DE OTOÑO

Durante muchos años me he considerado un “privilegiado”; y la verdad que ese “privilegio” me ha “mal acostumbrado… Me explicare…
Siempre tuve la suerte de poder asistir a “La Esquila” a pesar de estar trabajando. Siendo más joven lo hacía porque “ el cuerpo aguantaba”, y en los últimos años lo pude hacer porque dejaba parte de las vaciones para estos días.
Este año, por suerte, estoy trabajando (de momento), y ese es el motivo por el que serán pocos días, o mejor dicho, pocas noches, las que pueda formar parte del “grupo cristiano y minero”.
Viendo como está el paño, no es algo que moleste o disguste, ya que; a tenor de “la que está cayendo”; tener trabajo hoy en día es algo más que una suerte…

Pero no puedo (ni quiero) dejar de recordar las tristes noches de “Esquila” del año pasado. Hace un año yo estaba junto a ALGUNOS compañeros de TUBESPA en la acampada-protesta que mantuvimos a las puertas de la sede de la Diputación Provincial de Huelva ( un saludo, Sra Presidenta… no hay día que no me acuerde de usted, al igual que de algún político desalmado y de “otras hierbas”).
Y de aquellas interminables noches, guardo en mi memoria un momento que para mí fue especial. Mi amigo y compañero Raúl ( Raúl Delgado, el “niño de Joselito Pérez) y yo estábamos aún despiertos, la conversación había ido decayendo y por unos instantes los dos estábamos en total y absoluto silencio.

Sin duda alguna nuestras mentes se hallaban en otro sitio… en otro lugar. Con la certeza, por mi parte, de que Raúl compartía mis pensamientos, me atreví a romper el silencio, con cierto temor a “meter el dedo en la llaga”, y le dije:
-” Raúl, desde aquí no se divisa la Ermita…
Raúl, que hasta ese momento estaba algo serio, me miro, esbozó una media sonrisa, y me contestó:
-” ¿ Seguro? . Anda, mira bien, Manolo… Pero no mires con esos ojos… mira con los “ojos de esquilero”; y mientras me decía esto, se señalaba el corazón.
Ni que decir tiene que le hice caso al momento, y recuerdo que pensé en las veces que Raúl había estado fuera por esas fechas, con lo cual sabía de lo que hablaba. Y de ese modo nos quedamos los dos en silencio, con la mirada perdida, y, porque no decirlo, al borde de la emoción.
Os prometo que los dos divisamos “la Ermita de aquella princesa, Madre del Señor”. Y en ese estado andábamos cuando sonó el móvil de Raul. Diríase que estaba ensayado. Al otro lado, la inconfundible melodía de La Esquila comenzaba a inundar cada rincón de nuestro pequeño campamento, recorriendo las tiendas de campañas; algunas vacías; e instalándose en cada uno de nuestros sentidos.
Sin darme cuenta, algún compañero al que creíamos dormido, se arremolinaba con nosotros en torno a aquel teléfono que nos estaba transportando hasta “las calles de ese pueblo suyo”…


FOTO: PACO CASSÁ



Veréis, a veces se intenta explicar que es La Esquila a quien no la conoce, a quien la ve por primera vez, a quien se acerca con curiosidad para oír esa música y esas voces que rompen las madrugadas de Riotinto; y la mayoría de esas veces se les acaba diciendo aquello de “es que hay que sentirla”; “hay que vivirla, hay que mamarla desde chico”.

Pues bien, aquella noche yo encontré otra respuesta a esa pregunta, hallé otro porqué; aunque todas las respuestas, por diferentes que sean, significan lo mismo.
Aquella noche serena de Otoño viví y sentí La Esquila como nunca lo había hecho. Aquella noche, entre suspiros ahogados y lágrimas escondidas, sentí lo que tanta gente siente cada año; experimente ese cúmulo de sensaciones contradictorias, la alegría de oírla, la tristeza d eno verla, la inquietud de no estar físicamente, la tranquilidad de saber que, una vez más, se consuma aquello que jamás debiera perderse.

Un año después, con la supuesta serenidad que intuyo me proporcionara el haber tenido aquella experiencia, volveré a perder mi mirada, volveré a usar los ojos que un amigo esquilero supo enseñarme a abrir… Y vere como La Esquila se forma en la avenida tras haber saciado la impaciencia de un año en la Casa Hermandad… oiré como la campana golpea la puerta del templo… sentiré ese cálido escalofrío que recorre al espalada del esquilero al notar el roce del pestillo de la puerta… y viviré como todo comienza de nuevo a las plantas de ELLA.
Y todas y cada una de todas las noches que no pueda estar físicamente, volveré mi mirada a ese punto de mi interior, lo mismo que hicieron y hacen tanta y tanta gente que añora su pueblo, su Esquila y su Virgen; lo mismo que hice aquella noche serena de Otoño de hace un año; y de nuevo, con mi mirada volará mi voz silenciosa… “De Riotinto eres luz y eres gloria…”

¿Sabes?, creo que sigo siendo un privilegiado, y si no hay contratiempos de última hora podré, por lo menos, llevarla un año más… Y cuando todo termina, cuando el último toque de campana la baje, y el silencio interior se haga presente en la íntima conversación con ELLA, aquella noche serena de Otoño estará muy presente, como presentes estarán los que a mi lado compartieron los duros momentos, los que suspiramos emocionados a uno y otro lado de aquel teléfono en aquella noche serena de Otoño…

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