sábado, 10 de mayo de 2008

LA TRAGEDIA NOVELADA ( VII )


Alfredo Moreno Bolaños para El Minero Digital
LOS PIRULITOS:
La fiesta en honor de San Juan Bautista, 24 de Junio, era de las más celebradas en estos andurriales mineros. A parte de los actos religiosos en la parroquia de Santa Bárbara, revestía un señalado carácter popular, abundante en bailes callejeros en redor de unos llamados “pirulitos”, consistentes en elevadas columnas de pino o eucalipto, revestidas de ramas de adelfa que, como es sabido, en este mes se desbordan en flores rojizas o rosadas, y cuya columna culminaba en airosa bandera de colores nacionales. Este poste adornado, fue importado a esta cuenca minera, con el citado nombre de “pirulitos”, por los portugueses que en buen número llegaban a trabajar a estas minas procedentes, en su mayoría, de Loulé, comarca del Algarbe.

Grupos de muchachas y muchachos con guitarras y panderos, cabalgantes algunos sobre asnos adornados con flores y trapos o cintajos de rabioso color, seguidos de prietos grupos a pié, pero siempre custodiados por vigilantes señoras de “cierta edad”, se trasladaban a los cercanos barrancos de Los Cantos, La Gangosa o la cerca de las Mulas, verdaderos arroyos desbordados de flores del venenoso arbusto y de donde regresaban cargados de voluminosos haces, con cuyo alegre atavío revestían las citadas columnas o “pirulitos”, en redor de los cuales , a la noche ejecutaban una especie de danza, entonando un canto ritual al compás del escandaloso tin-tin de un almirez de bronce, ferozmente golpeado con una majadera o maja del mismo metal. La letrilla de este canto que hemos llamado ritual, adaptada con los años al habla española, era algo parecido a lo que sigue, salvo alteración a capricho del cantor:

Pirulito que bate que bate,
pirulito que ya bateó:
bateando va el almirecero
y detrás bateando voy yo.

Esta monótona cuarteta, pesada, sin sentido y portuguesa, era repetida una y cien veces, así como era obligado a quienes llegaban tarde, dar al menos un par de vueltas alrededor del “pirulo” cantando la dichosa canción y luego… ya tenían derecho a bailar las tres seguidillas y cuantas tuviesen ganas…

A las doce de la noche, la bruja para muchos, aquellas muchachada enfebrecida por las vueltas y el vino y el baile, culminaba la fiesta saltando, por parejas cogidas de las manos, a través de las deslenguadas llamas de una hoguera exhalante de un fuego que, comparado con el que ardía en aquellos corazones de juventud, era sencillamente ridículo…

Entre la docena de “pirulitos” que se alzaban en el pueblo, gozaba de gran fama el del barrio conocido por El Parador, que debe su nombre a la existencia de un edificio de regular tamaño y rara entrada en forma de callejón, que sirvió muchas veces de parador a las gentes forasteras y sobre todo a las cuadrillas de toreros que, con frecuencia, actuaban en la famosa plaza de toros que en aquella amplia explanada alzaba la gracia de sus líneas, que la hicieron ser celebrada entre las mujeres de Andalucía. Dicha plaza fue inaugurada el 12 de Agosto por los famosos espadas Curro Cuchares y Hermosilla.


Pues a este “pirulo” acudían los grupos de muchachas escoltadas por otros tantos de zagalones quienes, al llegar, se lanzaban como primera y obligada providencia, a cumplir el rito de las vueltas en redor del “pirulito”, desentonando a coro la incomprensible canción del “bote que bote”, para lo que se disputaban los muchachos el honor de encabezar el grupo golpeando el almirez con estrépito de locura.

Raro fuera el año que lograra ostentar el deslizamiento de la blanca cinta de sus fiestas sin siquiera un lunar rojo, rastro de golpes a mano, palideces de acero o negruras de plomo…

Aquel ponche, de vinazo barato, endulzado con azúcar morena, casi caoba, aderezado con trozos de melocotón y encendido con fuego de canela y clavo… ¡Ay, el ponche aquel! Menjunje capaz de atarumbar al más recio bebedor, hacía saltar en carne viva la consecuencia obligada de todo el bestial, el lamentable analfabetismo de estas zonas mineras…

Aquel año de 1887, el Junio aquel de San Juan Bautista, pasó a las páginas sin fin del recuerdo salpicado de un rojo vergüenza: color solo capaz de producirlo la atrocidad del crimen.

Una nutrida pandilla de muchachos, algunos ya bien desbordada la adolescencia, levantados del “pirulo” del “Barrio de la Alpargata” por el vozarrón, casi un mugido, de aquel Evaristo “el Zopo”, tipo de regular estatura, anchos hombros, rostro de hogaza y gesto harto expresivo de una innegable bestialidad, irrumpió en el amplio corro del “pirulo” y sin cumplidos, del almirez que posaba al pie de la columna de adelfas, emprendiendo a toda velocidad las rituales vueltas, seguido de su cohorte de animalotas, sin otra decisión que la dictada por el Avaristo, como le llamaban los que no tenían riñones para llamarle “Zopo”, y que batía el almirez de forma estrepitosa, con tal furia, que era un claro desafío a la normalidad de la fiesta, que aquella noche, por ser la última, se deslizaba en medio de un desborde de alegría, portadora de risas y bromas y de… ruborosos prolegómenos a nuevos amores. Era por todo, la noche cumbre del “pirulito”…

En una de aquellas vueltas de locura, extasiado “el Zopo” ante la belleza de Rosarito, parose en seco, silenciando el broncíneo instrumento, para aliñar en su oscuro magín algo en forma de piropo, con que rendir homenaje a aquella que, para él, fue como una deidad de asombro.

Pero Roque, que se encontraba al lado de su novia, listos para bailar su segunda copla de seguidillas, alargó rápido la zurda hasta el hombro derecho del “Zopo”, sección que fue suficiente para que el bestial almirecero cambiase rápido el color cetrino de su cara por un pálido elocuente, expresivo del terror que había invadido su disimulada calidad de cobarde.

-¡Hola, Roque! ¿Un pitillo? Ofreció conciliador, frío.

El “Choqueto” no contestó. Le miró fijo un instante y fue retirando su mano despacio, lento y con la sonrisa de la mitad de su boca.

Si el “Zopo era el guapo allá en su barrio de la Alpargata, no olvidaba las veces que Roque, sin cantarlas de matón, le había “parado los pies” en este barrio del Parador y esto era motivo sobrado para la retenida de esta noche, ante la clara, la decidida actitud del “Choqueto” sin pronunciar una palabra.

Rosarito, toda susto y toda rapidez, asió de los brazos a sus amigas acompañantes y, como disparada de nervios, apremió en vos baja:

- ¡Vámonos; me da miedo Roque!

- Y a mi; tiene la cara verde, insistió una de las amigas. Ese “Zopo” es un tipo capaz de…

- ¡Quietas, que no pasa ná! ¡Hay que bailar, reconcho! alardeó Leandro, el novio de una de ellas, pintándolas de una valentía que probablemente no disfrutaba.

Pero Rosarito tiró de ellas.

- Y tú, Roque: anda, vente, vente.

- Pero es que nos quedan dos coplas que bailar.

Todos le rodearon instándole a dar un paseo por la calle Méndez Núñez hasta la esquina de la Pura y Limpieza, donde vivían las tres muchachas y allí se despedirían…
Accedió Roque, al fin, y emprendieron camino hacia El Coso, donde apenas llegados, oyeron gritos de terror y, segundos después, viéronse arrollados por gentes que corrían desaladas, procedentes, sin duda, del “pirulo” que acababan de dejar.

- ¡El Zopo, el Zopo! ¡Ese criminal! Gritaban los que corrían.

Una mujeruca, ojos desorbitados, temblorosas la voz y lagrimas en chorro de espanto, se abrazó apretadamente a la asustada Rosarito. Rodeándola ansiosos de conocer la insospechada causa de aquella espantada del “pirulito”, asediaban a preguntas a la casi desmayada mujer, que al fin pudo hilvanar algo de lo sucedido.

- El “Zopo”; ¡ese criminal!, ese malino, ese…

- Bueno, bueno –terció, apremiante, Roque- Pero ¿qué es lo que ha pasado? Hable usted claro, señora. ¿Qué es lo que pasa, si se puede saber?

- Que el tío malino ese, tan pronto se vinieron ustedes, por lo visto quiso desahogarse de aquello de usted, y va y le pega un empellón a Núñez, el portuguesiño, porque le estorbaba el paso del “bate que bate” y, cuando el pobrecito iba llegando de cara al suelo, fue el muy malino y le arreó con la maja del almirez en el mismito celebro y el pobrecito no ha dicho ¡ni pío!...

- Pero… ¿lo ha matado? anheló Roque con apenas un soplo de voz.

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