Lo notas… Lo sabes… Nadie sabe darle una explicación; pero tú lo vas notando en lo más profundo de tu ser y sabes que ya está muy próxima la fecha de la cita ineludible, esa cita a la que tod@s acudimos aunque no podamos ir, esa cita que nadie se pierde, aunque no se pueda estar…
Mientras los días se van acortando tú te vas dando cuenta de que te sobran horas y te faltan momentos; te sobran ausencias y te faltan presencias.
Y de nuevo se te iluminan lo ojos al recordarle a alguien aquello que está por venir, y te sorprendes al descubrir que tu mente da vueltas y vueltas tratando de hallar las palabras idóneas para explicarle al foráneo la magia de lo que va a acontecer cuando en esas ansiadas noches la luna te bañe con su resplandor.
Y es entonces cuando recuerdas las palabras del amigo presente que para nada está ausente, es entonces cuando abres ese libro que guardas en el corazón para volver a saborear las palabras que él escribió y que tú leistes con ojos empañados, esas que muestran una verdad en la belleza de las líneas que Israel escribiera…
"En las noches serenas de otoño brota en sus calles un canto antiguo, retoño singular alumbrado por la fe de un pueblo que siente, vive, quiere y duele al compás de una esquila. Son notas que sobrecogen y arrullan, que calan hasta los huesos como el relente y abrigan como una manguara, que consuelan a los mayores y arrancan de la cama a los niños, pues, aunque transiten de puntillas sobre el silencio, y por más que se pierdan entre monteras y pinares, a su paso despiertan ilusiones y ensueños, y desde las puertas las contemplan a veces pijamas menudos, abrazos protectores y ojos a medio cerrar. Porque la sangre llama, porque atrae el misterio, porque siempre hay más que ver.
Pues de estos cantos, por ese milagro ancestral que nos roba la edad y que solo se entiende cuando se deja de querer saber, con sus ecos las calles se hacen ermitas y las plazas, celosas, se visten de pequeñas catedrales. Pero hay más que ver, pues de cubierta se hacen de un techo preñado de estrellas, artesonado celestial sostenido por tenues hileras de arcos que se elevan como arbotantes y, siempre fieles a la campana, se alzan y caen al compás sin cesar. Para el rosetón atrapan a la Luna quien, con su resplandor, baña la bóveda donde nacen los murmullos y los cantos y, para su retablo, sencillo y huérfano de oropel, tejen un tapiz de compases y silencios que no precisa siquiera de imagen para significar tanto amor a La Madre.
Estas catedrales del ensueño son tan leves, tan sencillas y fugaces que, lejos de sembrar temores o infundir respetos, remansan los fríos, aquietan los miedos y dan refugio y amparo contra los pasos perdidos con que nos tienta la vida. Son tan modestas que por campanario tan solo tienen una esquila, tan ligeras que se elevan al cielo sin más necesidad de contrafuertes ni estribos, tan efímeras que se renuevan a cada paso, con cada verso, en cada compás.
Son pequeños templos del alma, de los que no demandan siglos ni piedra, ni ambicionan visita ni envidian alturas, de los que solo se erigen sobre los campos de la inocencia y no precisan de otro material que la ilusión. De los que desaparecen cuando la esquila se pierde ya en la lejanía y el sueño se impone sobre esa bendita curiosidad que nos hizo, de nuevo, soñar con soñar."
Y recordando lo leído, tratando de alejar la lágrima que furtiva quiere acudir a la llamada involuntaria de las letras del amigo; recuerdas tu camisa blanca; la que siempre te espera para volver a vivir el sueño deseado, la promesa cumplida, el encuentro buscado; para volver a ponerle pies a la oración que brota del alma…
Y aunque te duele; te das cuenta, convencido, de que no importa que ya no puedas estar “allá abajo”; no le han de faltar pies a ELLA, y esto te reconforta de alguna manera. Y resignado, diriges tu mirada hacia ELLA en esos momentos difíciles, y acudes a los momentos que se guardan donde se esconden los sueños; esos que aprendí en silencio durante los años de ser y estar, los que me enseñaron los ausentes y repiten los presentes…
Y mientras los corazones la mecen y la llevan, mientras el sudor se funde con las lágrimas, asistimos a la verdad de la oración del pueblo, a las notas que viajan por el tiempo, a las voces de antaño que toman prestadas las gargantas de ahora… a la Esquila eterna que marca el compás para demostrar que no es solo “una campana”.
Y vuelves a recordar las palabras que brotaron del corazón del esquilero que se equivoca al creerse ausente. Esas donde afirma, con la certeza que da el estar en posesión de una verdad que brota del corazón enamorado, la realidad de nuestros sentimientos, de nuestra tradición y de nuestra fé…
“Un tañido profundo y cadencioso que rompe la noche para conducir las almas, barcos en la niebla, a través de la madrugada. Una voz de plata, seca y rotunda, melodía que surge de los ecos remotos de la tierra, parida quien sabe si por el pico quebrando piritas, o por la hemorragia mineral del barreno, o por ese tintineo antiguo que vaga por las galerías de amargos sudores y lágrimas.
No es más que eso, solo una campana. Un compás reverente y sobrecogedor que se cuela por entre las ventanas y les cambia a los niños los sueños por tradiciones, y con su misterio hace catedrales de sus sencillas habitaciones. Pero es también el latido de un reloj que va descontando las horas hasta la alborada, mecanismo bendito que transita las calles anunciando la aurora, y al clarear enciende los faroles, pastorea los pasos, y se enreda, juguetona, entre las cuentas de los rosarios.
Ya ves, poco más que una campana. Una melodía sencilla y honesta que coquetea con el rumor del viento entre los pinos y cabalga airosa sobre el silencio, armonía de fervorosos trasnoches que doma los acordes, y le saca la pezrubia a las cuerdas, y adormece esos dedos a los que les duelen ya las guitarras, y hasta le perdona el aguardiente a las gargantas. La esquila se erige entonces en batuta celestial que armoniza el cantar de todo un pueblo. Con su lento compás lo transforma en letanía, palabras de gloria que se elevan para posarse a los pies de nuestra Santa Madre.
Por eso puede que solo veas una campana. Porque su misterio se oculta, esquivo, a quienes no mamaron al compás de su nana. Porque esa campana se siente, más que se oye. Porque suena, y suena, y siempre suena, ajena a lo mundano, inmune a la indiferencia, triunfadora del olvido, sencilla, limpia y honesta.
¡Porque no callará mientras haya un brazo que aguante, una garganta que la siga y un corazón que la sienta! Porque la esquila es como las olas, y en su incesante vaivén esa bendita campana nos deja recuerdos de aroma profundo para llevarse después, con su resaca, nuestras angustias, pesares, miedos y lágrimas.”
Recompongo el ánimo, y aprovecho las ganas de siempre, aquellas que sentí al descubrir la verdad por vez primera; y brota la oración pidiendo las fuerzas para poder hacer lo que se ha de hacer, MADRE, para que puedas volver a caminar por tu pueblo, a ser de nuevo el bálsamo y el consuelo de quien te necesita y te busca, para que la eterna melodía siga sonando a tu espalda mientras que las miradas te buscan al alba; para que los primeros rayos de la mañana iluminen tu sagrado rostro y en los ojos de tu hijo se refleje el amor, el cariño y el respeto de tu pueblo.
Y de nuevo brotarán las fuerzas, con la respiración pausada, con la convicción de que tu manto protege a quien pretende señalar a los corazones que te portan el camino que han de tomar para que llegues triunfante a la morada de tus “mayordomos” que agradecidos te esperan como los hijos esperan a la MADRE…. Como ha sido y será…
Gracias María, Gracias Madre del Rosario; Gracias por ser y estar.
SEPTIEMBRE 2023
ISRAEL AGUIAR HERNÁNDEZ
MANUEL PALOMO MORA