miércoles, 24 de septiembre de 2008

LAS HISTORIAS DEL TIO POTAJE (4)


Las matanzas.

Venía yo de pedir pan en la panadería de Alonso que estaba situada en la Estación del Coso, y al subir el camino que llega a la calle Trafalgar, se estaba preparando una matanza de cochino.
En la Mina hay tres carniceros Carrasco en el Parador que hace las matanzas en un corralón de su casa y no estaba a la vista, Primitivo que vive en la calle Trafalgar por debajo de la Unión y otro varias casas mas hacia la gasolinera, un muro de ladrillos vistos situado frente a todo lo largo de la calle, me senté en él, para ver la matanza, por si algo pudiera aprovechar para mí.
Cuatro cochinos estaban esperando para ser sacrificados, dos hombres los cogían por las patas, tumbándolos en una mesa y José el matarife le clavaba un gran cuchillo en el cuello adentrándolo hasta llegar al corazón, una mujer recogía la sangre en un cubo, moviéndola con un palo para que no se coagulara, una vez muertos todos y tendidos en medio de la calle, le colocaron por encima “abulagas” y le prendían fuego, los niños ayudaban a chamuscarlos, el olor a carne quemada llegaba hasta la calle Méndez Nuñez y atraían a otros niños, una vez limpio de vellos raspándolo con un cuchillo, los colocaban en la mesa, panza arriba y José le abría la barriga en canal, con la punta del cuchillo le hacia un ojal para que un niño a cada lado metiera los dedos y abriera la piel para que no estorbara, mientras, José sacaba las tripas, el hígado, los riñones, el corazón, los pulmones y lo iba clasificando en cubos, dentro de la casa las mujeres limpiaban las tripas y picaba la carne para hacer las morcillas y los chorizos, las mantas de tocino eran colocadas en el suelo una junto a otra con la piel hacia abajo. El premio a los niños que ayudaban, era las vejigas de la orina, una vez limpia la soplaban y quedaban hechas un globo, sirviendo para juego, tirándolas por lo alto, dándole manotazos o amarrándolos a un palo y dando vejigazos, (en los años cuarenta no existían aun los globos tan normales en estos tiempos).
Apoyado en el muro, una caldera de cobre puesta al fuego, la hija, estaba derritiendo la manteca, para sacar los chicharrones, los echaba en un trapo y ayudado de otra niña lo retorcía para escurrirlos.
Me fui por detrás del muro de la calle y me acerque a la niña, era rubia, guapa y simpática de unos 9 años de edad, le pedí que me mojara un mendrugo de pan en la manteca, ella miró para que no le viera sus padres, pues sería reprendida, lo sumergió en la caldera y me lo entregó impregnado en esta grasa humeante, con todo mi agradecimiento, corrí muro abajo para no ser visto, saboreando tan suculento manjar.

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