Tuvo un despertar sosegado,
tranquilo… Tras haber abierto los ojos le bastó una sola milésima de segundo
para saber que, de nuevo, iba a ser este un día especial, otro de aquellos días
donde los sentimientos se irían arremolinando en su interior y, una vez más
tendría que luchar para evitar que afloransen;
lo cual sabía que era una batalla perdida de antemano.
Había decidido que, como viene
haciendo en los últimos años, los saludos y reencuentros de la noche se
aplazarían hasta el alba, justo antes del comienzo de lo que tanto había
esperado, ese mágico instante en el que la devoción y la tradición se dan la
mano, aquel momento donde se unen las sensaciones y los sentimientos para
recorrer dentro de ti lo que está por llegar.
Durante las horas interminables,
miraba el reloj más de lo normal y el intervalo de la frecuencia de aquellos
suspiros que de los más hondo emergían, era cada vez más seguida.
Y así fueron pasando las horas
del melancólico día; y cuando quiso darse cuenta estaba ya intentando conciliar
el sueño; algo que no lograba en días como aquel desde hacía mucho tiempo…
Con la esa intranquilidad que da
la seguridad de que iba a hacer lo que debía hacer, intento relajarse mientras
la reparadora ducha de aquella madrugada se repetía… Miro con una sonrisa la
blanca camisa, y el bordado escudo. Luego se la colocó muy lentamente, como si
de un rito se tratase…
Al coger la medalla con SU imagen
llegaron hasta sus oídos los sones conocidos desde niño; y lo que parecía
lejano se fue acercando; y apretó la medalla en su mano, mientras la quietud y
el silencio eran rotos por las voces y las notas que se hacían eternas de nuevo
en aquella “última noche”.
Cuando fue consciente de que
había abierto los ojos, estaba ya ante ELLA; acariciando el terciopelo
acolchado que mojaría con su sudor en breve; sitiendo el escalofrío que
inundaba su cuerpo al ver la medalla de su “Angel Costalero” en el llamador,
dejando que aquella mirada de amor que venía de lo alto del paso recorriera
hasta el último rincón de su alma… Y de nuevo se hizo presente el murmullo de
las voces y las notas, y el bucólico tañir de una campana que sabe a roscos,
pestiños, recuerdos, fe, tradición….que sabe a RIOTINTO…
El bravo mar de camisas blancas
le envolvío de nuevo; y aquel costalero no quiso reprimir más las lágrimas que
necesitaba soltar… Y aquellas lágrimas se confundieron con el sudor, con los
recuerdos, con la fe, con la devoción… con las ausencias…
Retumbaron los toques del dorado
llamador; y se dejo llevar por las emociones y los sentimientos que los
costaleros de ELLA viven, sienten y disfrutan cada año… Izquierda, derecha,
izquierda, derecha… despacio, girando, andando, empujando, sonriendo y
llorando… y los que son, los que fueron, los que siguen con nosotros y los que
serán volvieron a hacer lo que hay que hacer… Y por ello quiso mostrar en
silencio, para sí, su agradecimiento a ELLA; y a golpes de la vieja esquila, la
oración retumbaba en su corazón…
“ Dios te
salve, María…”
Y así fue, así es y así ocurrirá.
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