jueves, 17 de abril de 2008

EL RITUAL DEL AGUARDIENTE ( Extraido de http://elrincondeneftali.mforos.com/)

Nuestro Amigo Pedro Real, Mayorre en el foro, nos deja este tema hallado en la web que se menciona en el titulo. Gracias Mayorre por traernos temas al foro ( y por ende a este blog). Es curioso, hoy en día, los mas jovenes asocian "la Manguara" a La Esquila, y no a la mina ni a sus labores propias.............

Los ingleses de la RTC siempre se vanagloriaron de haber introducido el progreso en una comarca andaluza devastada por el hambre, cuando en España brillaban aún muy pocas luces de la revolución industrial iniciada a mediados del siglo XIX. Siempre alardearon de introducir las máquinas más grandes y potentes, así como de haber hecho posible el milagro de la luz eléctrica, cuando todavía en la Cuenca Minera nuestros antepasados se alumbraban con los candiles de aceite que ellos mismos construían. Los ingleses de RT se vanagloriaban, igualmente, de haber introducido una exquisita educación en sus escuelas protestantes y de haber convertido el puerto de Huelva en el primer centro del mundo exportador de mineral de cobre, gracias a la ambiciosa línea férrea que conectaba las Minas con la capital de los tartesos.

Ciertamente, muchas de aquellas cosas buenas no admiten discusión, porque fueron exactamente así...pero por qué no dejaron nunca nada escrito, ni en sus oficinas españolas ni en sus oficinas inglesas, del efecto del aguardiente sobre la jornada laboral de los mineros?. ¿Por qué no quisieron admitir nuestras señas de identidad, en contraposición con sus rígidos códigos intelectuales y sociales?.

Los ingleses se vanagloriaban de las grandes cantidades de pirita que los hombres arrancaban en las infames contraminas, pero nunca quisieron admitir públicamente que aquel licor de Zalamea que blanqueaba cada amanecer la sangre de los rudos mineros en las tabernas miserables de estos pueblos, fuera el aceite blanquecino que engrasaba sus articulaciones, para que rindiesen más.

Sin embargo aquel aguardiente matinal que cada obrero ingería antes de bajar a las siniestras entrañas de Alfredo, Filón Norte, Filón Sur, Planes u otras contraminas, era una especie de energía complementaria que ayudaba diariamente a mover los engranajes de las Minas de Riotinto. Aquel licor de vidrio roto que se clavaba cada amanecer en el paladar de los mineros, era la anestesia perfecta para protegerse de la angustia y el dolor físico que producía el trabajo monótono y repetitivo de la mina.

De no haber sido por el aguardiente, los mineros de Riotinto no habrían sido capaces de abrir tantas oquedades debajo de esta tierra mineral que ahora vendemos como postales de turismo, ni se habrían enriquecido en tan poco tiempo los accionistas de la RTC, ni se habrían construido todas las obras faraónicas que aún perduran, cuando la fuerza de trabajo le salía a los patronos ingleses casi completamente gratis...ni se habrían pisoteado los derechos humanos, hasta el punto de dejarlos sin ningún efecto durante muchos años.

Nadie ha hecho nunca ningún estudio concienzudo sobre los efectos benéficos del aguardiente en las Minas de Riotinto; quizás porque la opinión que tenían los ingleses de aquella sangre blanca que se vendía a granel en las tabernas, era contraria a sus principios morales victorianos, y no se atrevían a admitir públicamente el papel tan importante desempeñado por el aguardiente, como aporte calorífico para el trabajo duro. Sin embargo, ellos sabían que la huella dactilar de aquel licor ardiente estaba grabada a cincel en todos los túneles y pozos de las viejas contraminas...y que los gritos libertadores de los mineros de Riotinto morían ahogados casi siempre en el océano diminuto y circular de una copa de aguardiente.

El río virtual del aguardiente nacía en las fábricas artesanales de la vieja Zalamea y regaba a su paso las tabernas miserables y hediondas que había en El Campillo y Nerva. En Ríotinto no estaba muy bien vista esa bebida, porque los ingleses la consideraban como un detonante de los conflictos sociales que surgían entre la Empresa y sus trabajadores, cuando éstos se emborrachaban y descargaban su ira sobre los patronos extranjeros. Por eso, los mineros de Riotinto cuando acababan su jornada laboral en las duras entrañas de la tierra y se libraban por unas horas de las cadenas inglesas a las que se sentían atados permanentemente, terminaban siendo libres en Nerva...el pueblo donde nadie les prohibía beber, ni emborracharse, ni relacionarse con las gentes que quisieran, ni decir libremente qué es lo que pensaban. El único inconveniente es que luego, esos trabajadores, tenían que enfrentarse al día siguiente a las estúpidas normas que inventaron los ingleses, para que los trabajadores españoles siempre estuvieran bajo su dominación.

Aquel río de aguardiente matinal desembocaba en Nerva y desde allí, sus aguas ardientes se iban depositando en un sinfín de tascas y tabernas inmundas, donde los mineros lo ingerían cada amanecer, como si se tratara de un rito religioso de raíces ancestrales. Si hubiese verdadera memoria histórica en los pueblos y aldeas de la Cuenca Minera de Riotinto, es casi seguro que le habrían erigido algún monumento al aguardiente...Porque él aliviaba la sequedad de garganta, tonificaba los estómagos enfermos, protegía las vías respiratorias de los humos sulfurosos de las calcinaciones, descongestionaba la nariz con su aroma anisado de matalauva, y era la energía etílica complementaria que movía los engranajes cobrizos de la minería de Huelva...aunque los directivos ingleses de la RTC no quisieron reconocerlo públicamente nunca.

Ahora que las minas están cerradas, el aguardiente solo sirve para resucitar en las memorias de los hombres silicosos y prejubilados los viejos fantasmas del pasado. Ahora el aguardiente solo sirve para reencontrarse con aquella historia cruel y dolorosa que escribieron los ingleses en los mapas rojizos de esta geografía dantesca, mutilada por las máquinas y por los hombres. Ahora, el aguardiente es como la rosa de anís, que perfuma nuestra soledad en las tabernas, transportándonos a otros tiempos más gloriosos...Ahora, el aguardiente es quien dirige nuestras huellas matinales y el sonido pendular de los relojes de pared; mientras jugamos una partida más de dominó en los tristísimos bares de estos pueblos, que no se resignan a perder su ejemplarizante historia.

De se r la bebida más barata y colectiva de los habitantes de la Cuenca Minera, el aguardiente ha pasado a ser una bebida de expotación y de consumo selectivo sumamente cara...Pero los mineros de Riotinto ya no se lo beben a granel en las tabernas, ni cicatrizan con él las heridas de la mina...ni se emborrachan, como antaño, para olvidarse de las miserables condiciones inhumanas en las que tenían que vivir. El aguardiente se ha convertido sin querer en artículo de lujo, que comparativamente cuesta más caro que cualquier bebida espiritosa. Los mineros de Riotinto le han cedido el monopolio de su consumo a otras personas que ni saben ni les importa que el aguardiente fue la bebida que los ayudaba en el fondo de la mina, cuando por todos los confines de la Cuenca Minera sólo había escritas por doquier las tres letras más infames que mis antepasados conocieron: RTC (Río Tinto Company).

Sin embargo, lo que menos gustaba a la Compañía eran los vómitos amargosos y hediondos que se derramaban a veces en los expedientes personales de algunos trabajadores ebrios, hasta ensuciarlos completamente de por vida...pues aquella era la coartada perfecta que los ingleses necesitaban para despedir a aquellos mineros marginales, argumentando que eran personas indeseables, pendencieras y de mal vivir; y trasladando siempre a la opinión pública de otros pueblos de la provincia de Huelva una imagen desvirtuada de los mineros de Riotinto.

¡Lástima que aquel aguardiente matinal, que tanto gustaba a los mineros, causara también daños irreparables en sus fatigados hígados, y dejara a su paso una estela de familias rotas e hijos huérfanos en los hogares inmundos e insalobres de la Compañía...Luego, cuando aquellos hombres rudos dejaban de ser útiles y morían lentamente, con la espada de la silicosis atravesándoles el corazón, aparecían en escena las mujeres viudas de riguroso luto, rogándole a la Compañía una pensión de caridad para poder vivir.

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