sábado, 30 de octubre de 2021

PERFIL OCULTO ( texto de Isra AgHe )

 

Aunque aborrezco el halloween, era un reto enfrentarme con el género del terror. Quise huir de lugares comunes y enfrentarlo con un relato actual, distinto, rompiendo algunas reglas y hasta jugando sucio. Va con mi forma de ser arrancar una risa cuando es preciso pero, si hay que inspirar desolación y angustia, bueno, todo es ponerse... Espero que disfrutéis pasando un mal rato.


PERFIL OCULTO

"Cada día conversamos, enviamos fotos y compartimos confidencias con personas de las que, en realidad, no sabemos nada. Desconocemos si son quienes parecen ser, si ocultan sus defectos mostrando una imagen falsa o si tal vez esconden sus carencias y perversiones detrás de una máscara de palabras agradables, gestos amistosos y detalles cargados de empatía que nos hacen desear su compañía. Nos puede llegar a resultar tan satisfactorio y placentero que incluso dejamos de preguntarnos si esas personas son lo que parecen, si tienen la edad o la cara que nos muestran o si, tan siquiera, están vivas.
Gala le conoció por casualidad, como suelen ocurrir estas cosas. Un desconocido al que le gusta una foto, después contesta agradecido a un par de comentarios, le empiezas a seguir y poco a poco vas descubriendo afinidades, un mundo nuevo y diferente, intereses comunes que con el tiempo se van plasmando en charlas interminables por privado. De ahí a engendrar los primeros sentimientos solo hay un paso. Porque Gala no era una persona extrovertida, pero con Stefan las palabras fluían. La comprensión que encontraba en aquel chico era algo que no había conocido en su corta vida. Tal vez por eso le resultaba cada vez más fácil contarle lo más profundo de sus frustraciones y lo más intimo de sus deseos.
Las barreras fueron cayendo casi sin darse cuenta y ella, animada por aquel inquietante espectador abonado al espectáculo de sus sentimientos mejor custodiados, ya estaba dispuesta a cruzar barreras incluso antes de que el chico se lo pidiera. Enviarle aquellas fotos era una prueba de confianza y, por qué no, una forma de declararle su amor, un amor novelesco e imposible de distancias, en el acto más romántico e impulsivo a que jamás se había podido atrever.
Se pasaba el día pendiente de una respuesta, de un toque, de una señal que anunciara su presencia, esa compañía envolvente y solícita de la que dependía como un toxicómano de su dosis. Era un amor exigente e inhóspito, expropiado de caricias, huérfano de besos, hambriento de atenciones que, sin embargo, quemaba bajo la piel y le hurtaba hasta la respiración cuando leía una nueva frase suya. Un amor que le confesó una y otra vez hasta que las palabras dejaron de querer demostrar y empezaron a suplicar. En aquel tiempo, perdida y entregada, fue cuando grabó los videos que su padre contemplaba ahora en un sórdido rincón de la comisaria del barrio.
Pues si el enamoramiento le infundió el valor para cruzar tantas líneas, el sórdido hachazo del desamor se lo dio para llenarse el estómago de tranquilizantes.
Tras enterrar su corazón junto a aquella inocencia destrozada en un ataúd blanco, Bernardo no fue capaz de volver a mirar el móvil de su hija. Quería conservar intactos sus recuerdos, y no dejar siquiera que la rabia los empañara. Pero no tuvo otro remedio que hacerlo, días más tarde, delante del juez. Era necesario esclarecer las circunstancias y averiguar posibles indicios de delito. La justicia podrá ser ciega, pero su curiosidad malsana la obliga a escrutar lo más abyecto de la condición humana. Solo era cuestión de tiempo que se rescataran ciertas conversaciones y se rastrearan ciertos perfiles.
Pero las redes son el paraiso de la impostura. Poco o nada pudieron sacar en claro sobre el tal Stefan. Una foto falsa, datos inventados, una identidad ajena a cualquier atadura con la realidad y, tras esa cortina de humo, la inagotable y letal verborrea que había envenenado la existencia de su hija. Los investigadores concedieron una única posibilidad de encontrar a aquel individuo: mantener aquel móvil encendido por si el sujeto aparecía, y de ser así escribirle como lo hubiera hecho Gala para tratar de sonsacarle algún dato revelador de su verdadera identidad.
Y así, Bernardo, el sufrido padre, vió aumentada su condena con la pesada carga de convivir con aquel aparato que había facilitado el suicidio de su hija, en espera de que diera señales de vida del malnacido que lo habia provocado. Fueron días duros, terribles, interminables, pendiente de cualquier sonido de aquel teléfono que, de cualquier manera, le recordaba constantemente su infortunio. Dias que pronto fueron semanas.
Hasta que una mañana, mientras trabajaba, sintió la vibración del infausto movil que guardaba en el cajón de su escritorio. Era él, sin duda. Sobre su nombre aparecía un puntito azul. Había llegado el momento. Tenía que acabar con aquello. Deslizó su dedo para leer el mensaje. La frase que pudo leer desbordó toda su capacidad de sorprenderse.
-Bernardo, no digas que no te avisé.
¡Imposible! ¿Cómo podía saber su nombre aquel bastardo? Tal vez se lo había dicho Gala en sus charlas. Habría hablado de sus padres, de todo… Si, era una posibilidad. Pero, ¿cómo sabía Stefan que él tenía ahora el movíl? Tenía que pensar. Medir muy bien lo que iba a contestar. Solo tendría una oportunidad de pillarlo. Puede que el bastardo se hubiera enterado de la muerte de su niña. Puede que se hubiera imaginado que alguien estaba pendiente de esa cuenta en las redes esperando verle aparecer. Si era así, entonces todo estaba perdido. No se daría a conocer. Pero tenía que intentarlo. Era mejor ir al grano. Tras pensarlo un poco más, contestó.
-Quien eres en realidad?
Envió la frase y al instante se dió cuenta de lo que implicaba. Pero ya no había vuelta atrás. El maldito depravado ya sabría que estaban tratando de identificarle y desaparecería para siempre. Había sido un error. Desaparecería sin mas. Los segundos transitaron eternos por el abismo de su incertidumbre, hasta que el móvil vomitó una nueva frase.
-Aún no lo sabes? Soy Esteban, Bernardo. Esteban Ramos.
Bernardo sintió su corazón a punto de reventar. Aquel nombre…
-No me recuerdas? Tú me atropellaste, Bernardo. Tú me quitaste la vida.
No puede ser. Aquello había ocurrido hacía demasiados años. Fue un error. Fue… ¡fue lo que fue! Pero aquel tipo había muerto. ¡Era imposible! Seguro que se trataba de alguien que quería hacerle daño.
-Soy yo, no lo dudes. Recuerdas las últimas palabras que me dijiste? “No me hagas esto. Respira, cabrón, respira”.
Aquellas palabras…
-Eso no lo puede saber nadie más, Bernardo. Nadie más. Solo tu y yo.
Soltó el movil, aterrado. No podía creerlo y, sin embargo, así habia sido. Podia verlo, como si no hubieran pasado todos estos años. Estaba allí, tendido en el asfalto junto a un charco de sangre. Destrozado. Si se moría, le destrozaría la vida. ¡Aquello no podía pasar! Aquellas palabras suyas nacieron de la ira, de la adrenalina, de la impotencia. Nunca las había repetido, ni tan siquiera en el juicio. Como tampoco dijo nunca lo que le contestó aquel moribundo con su ultimo aliento antes de expirar.
-Recuerda, Bernardo. Te avisé. Te dije que no me iría solo.
Con su mundo hecho añicos, Bernardo empezó a asumir que aquellas palabras eran una venganza que provenía del más allá, un castigo mucho más despiadado de lo que cualquier mortal pudiera llegar a imaginar. Miró al móvil, porque ya no existía nada más en el universo, y vió como una última frase aparecía en aquella pantalla.
-Tú te libraste de la cárcel, Bernardo, pero nunca podrás librarte ya de mí."

TEXTO: ISRAEL AgHe.
IMAGEN: Internet.

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