Me dijo un amigo un día:
Navegando por ese mar inmenso que es “FACE”, encuentro una misiva en botella a la deriva, que me impulsa hacerla mía, -(cual oportunista ladrón)-, a la vez que desechar la avaricia, reteniéndola y escamotear la hermosura de su texto con quienes dediquen breves minutos a su lectura.
Quién fuera su autor, lo redactó con tan ilimitada sinceridad, que impregnó el contenido del verdoso vidrio, expandiéndolo, con compartida sensación difícil de obviar. El mensaje, de enérgicos y varoniles trazos, decía:
“Pues sí, amigos, me van cayendo años y empiezo a regañadientes a sentir que voy cumpliendo etapas, viendo crecer a mis hijos y envejecer a mis padres con una celeridad que a veces me da vértigo. Pero estoy contento, lo vivido, vivido está y la experiencia nos permite disfrutar de las pequeñas cosas desapercibidas en el ímpetu de la juventud. Los años transcurridos, a modo de gafas, te permiten apreciar los valores importantes, los absolutos, los que verdaderamente te acercan a la felicidad. No soy ambicioso materialmente, tengo todo lo que deseo, mi familia, mi mujer y mis hijos a los que adoro, mis padres con una serenidad y armonía, propio de una generación dura de la mina, me enseñan a diario como hay que afrontar el invierno eterno que llegará. Y mi hermana y mi sobrino que aunque a veces pudiéramos estar más distanciados, son sangre de mi sangre y siempre están en mi corazón. Y por supuesto no podría vivir sin los amigos, muchos de mis grandes momentos me lo habéis dado vosotros. Nadie es más pobre que el que vive en soledad. Muchas gracias a todos. Tempus fugit.
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