Hacia ya tiempo que Carocalo no parecia por el Atico. Aqui lo tenemos:
Ser padre bien merece una vida. Ser padre bien merece un día y mil días de homenajes y felicitaciones. El día de San José, 19 de marzo, es uno de ellos, y aunque llegue cargado de mensajes publicitarios, aun en medio de la crisis ¡bienvenido sea! El padre entiende de afanes y de esfuerzos, de sudores y de anhelos, de generosidades sin límites y de labores de sol a sol.
Cuando Jesucristo quiso revelarnos quién Dios y cómo era Dios, lo tuvo bien fácil. Le llamó "Abba" - papá- y desde entonces el nombre de Dios es Padre. Siempre Dios había sido padre. "¿Qué padre si un hijo le pide pan le da una piedra? ", dijo otra vez Jesús, definiendo la entraña, el alma misma, del ser padre.
Y es que de él, de nuestros respectivos padres, hemos recibido lo mejor de lo que somos y tenemos. El, nuestro padre, allanó de nuestros caminos antes incluso de que nosotros los tuviéramos que recorrer. Hizo de nuestra vida su vida, que quedó para siempre pendiente y clavada en nuestro bienestar y nuestro progreso. Nuestras alegrías fueron, son y serán las suyas; nuestros dolores y llantos, los suyos. Nosotros vivimos de él, y su vida fue y es nosotros. Por que ser padre es toda una vida.
¡Felicidades, padres! De todo corazón. La fiesta del 19 de marzo os cobija bajo el patronazgo de San José, el esposo de María, la Virgen y la Madre de Jesús. El, San José, no fue el padre biológico de Jesús, pero sí el legal, el adoptivo. El fue el Custodio del Redentor. Su misión fue esencial en la economía de la salvación. San José, además, supo bien de trabajos, de silencios, de penumbras, de discreciones, de ofrendas. Vivió para cumplir su misión: la paternidad legal de Jesucristo. Y fue encontrado justo y probado como hombre cabal y pleno. Su existencia humana apenas supo de relumbrones, de éxitos o fracasos sonoros, de encendidos seguidores o virulentos denostadores. El fue trabajo, hogar, pan, plegaria, silencio, escucha, humildad, aceptación del plan de Dios, amor. Y ahora desde la penumbra, brilla incandescentemente. Y su luz resplandece en vosotros, padres.
Vosotros, queridos padres, también sabéis dejar toda la luz para vuestros hijos y retiraros entre candilejas, con la satisfacción íntima del deber y de la misión cumplida. Vosotros, padres, como vosotras, madres, sois lo mejor de nuestra raza. Y es que, vosotros, padres, os parecéis más a Dios.
¡Gracias, padres, y felicidades! A todos, a los aquí y a los de allá. A vosotros que todavía veis crecer a vuestros hijos con la urgencia por educarlos lo mejor posible; a vosotros, que sufrís y que gozáis con las sombras y las luces de vuestros hijos, en especial a vosotros, padres de hijos enfermos, problemáticos o difíciles; a vosotros, ya de sienes plateadas, a quienes el alma se os sigue abriendo y enterneciendo cuando aparecen los vuestros; y a vosotros que ya partisteis para el Padre Celestial, por que vuestro corazón de roble reventó para florecer de nuevo de tanto amar a los vuestros. Gracias, padres, os queremos, os necesitamos. Somos lo que somos por vosotros y para vosotros.
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