jueves, 6 de diciembre de 2007

CUENTOS, (Jose Márquez Trigo, 6 de Diciembre de 2007)


La palabra en sí misma ya es hermosa. Casi de inmediato, y sin poder remediarlo, nos vienen a la mente aquellas preciosas historias que aprendimos de niños en las que, con tan sólo la imaginación, podíamos trasladarnos, de forma mágica, hasta lugares imposibles montados sobre dragones alados, o casarnos con la princesa más bella de cualquier lejano reino en suntuosos palacios dorados. O cabalgar sobre el arco iris en un espléndido corcel de crines blancas y llegar con él hasta el mismo sol...
No hay duda: los cuentos son buenos porque estimulan la imaginación, los sentidos y los sentimientos. Porque nos hacen soñar y, en el sueño, nuestro espíritu es libre y puede elevarse hasta el máximo. Porque avivan y acrecientan nuestra creatividad y nos hacen ser inquietos e inconformistas y, por lo tanto, críticos con todo. Porque desarrollan nuestras capacidades artísticas... En definitiva, porque nos hacen sentir y pensar y reaccionar y, no cabe duda, ser por ello un poco más libres.
Pero, si aceptamos que todas estas razones son ciertas, entonces también tenemos que aceptar que hay muchas clases de cuentos y, por lo tanto, también de cuentistas. Por ejemplo: también es un cuento nuestra Cabalgata de Reyes, o un concierto de nuestra Banda, o de nuestra Coral, o de nuestros Campanilleros y, por consiguiente, son cuentistas los que hacen que todo eso sea posible, y lo son porque, como en los cuentos, también nos hacen sentir y nos hacen emocionarnos. Son cuentistas también nuestros pintores y escritores; los músicos o quienes hacen maravillosos bordados o esculturas... en definitiva todo aquél o aquella que desarrolle cualquier otra manifestación del Arte, sea este de la rama que sea. Porque de eso se trata, de estimular los sentidos hasta conseguir que se nos produzca ese pellizco en el estómago que nos emociona. También son cuentistas los que, conscientemente, hacen el payaso para nosotros para provocar nuestra risa; aquellos a los que no les importa vestirse de mamarrachos con tal de trasmitir un poco de felicidad al resto de las personas. Lo son también aquellos que, sin pedirnos nada, ponen a nuestra disposición los elementos necesarios para que nos expresemos en libertad. Para que hablemos entre nosotros y para que nos entendamos. Aquellos que nos ofrecen el vehículo mediante el cual podemos debatir y expresar nuestros argumentos y nuestras ideas, siempre de forma correcta y elegante con quienes no opinan como nosotros. Ellos estimulan la palabra y el diálogo que son, sin duda alguna, la más poderosa de las armas.
Los cuentistas auténticos son los que de verdad mantienen viva nuestra sociedad. Los que crean sueños. Los que son capaces de transmitir emociones, o risas, o inquietudes, o dudas... en definitiva, los que nos hacen sentirnos vivos.
Pero, como en casi todas las cosas, también aquí es posible aplicar una acepción antagónica a esta mágica palabra. Porque a ninguno se nos escapa que también un “cuentista” –así, entrecomillado- es todo aquél o aquella que hace justamente lo contrario. Hay “cuentistas” que, en vez de crear, destruyen, para así justificarse ante sí mismo su absurdo cuento. Luego están los “cuentistas profesionales”. Estos saben más que nadie y lo hacen todo mejor que nadie, aunque nunca podremos comprobarlo, ya que no se les conoce aportación alguna a la sociedad. Andan también por ahí los “críticos profesionales”; se limitan a juzgar el trabajo de los demás, permitiéndose el lujo de opinar sobre el mismo y hasta de mejorarlo, normalmente en encendidas arengas de casino en las que, con palabra autoritaria, son capaces de dejar boquiabiertos a los presentes con su dominio del tema. Este tipo de “cuentista” sólo se admira a sí mismo y, sin jamás haber hecho nada, se considera un pilar fundamental tan sólo por sus aportaciones dialécticas, generalmente sin el más mínimo rigor ni fundamento. Están también los “cuentistas envidiosos” que, aunque por dentro estén vibrando de sensaciones hermosas gracias a lo que ha visto u oído, jamás lo reconocerá para no dar así importancia o trascendencia al cuentista que se las ha provocado.
En fin, si siguiéramos ahondando en la búsqueda de estos especimenes, seguramente encontraríamos muchos más, pero basta con esto para ilustrar el ejemplo. Los que de verdad importan no son ellos, sino los otros: los que nos regalan su tiempo para ofrecernos belleza. Los que, a través del arte, logran elevarnos el espíritu. Aquellos a los que no les importa ofrecerse a los demás. Ellos son los auténticos cuentistas.
Pero bueno, como en todo, quizás sea bueno también la existencia de estos otros “cuentistas”, ya que así disponemos de una referencia tangible que nos permite admirar y valorar muchísimo más a los auténticos CUENTISTAS.

2 comentarios:

  1. Pepe, vivan los verdaderos CUENTISTas........... Y vivan "los locos" que cree e nuestro pueblo.
    Un placer leerte.
    Saludos.
    jepane-minero.

    ResponderEliminar
  2. Mu buenas tus letras pepe. Lo has clavao de lo que es un verdadero cuentista. Feliciades por deleitarnos con esas maravillosas historias. Sigue asi no pares de sorprendernos. Un saludo
    Mojino37.

    ResponderEliminar